domingo, 1 de febrero de 2009

Bitácora del director
Pascal Beltrán del Río
Periodismo en la era digital



Paso buena parte de mi día en línea
. No solamente frente a una computadora, sino conectado a internet por medio de un celular o, mejor dicho, de un dispositivo móvil. Mis amigos y colegas me encuentran con mayor facilidad en Messenger o Facebook que en persona. Todos los días escribo decenas de correos electrónicos o mensajes de texto SMS. Mi primera aproximación a un tema que deseo investigar es una consulta en un buscador de web. Suelo enterarme de las noticias en la red…

Le cuento todo esto para que no se piense que tengo fobia a la digitalización, aunque el primer reportaje que escribí y publiqué salió del rodillo de una traqueteada máquina de escribir Olivetti.

No, no me da miedo internet cuando pienso en el futuro de mi profesión, el periodismo.

No es la tecnología la que dará al traste con el papel que desempeñan —o debieran desempeñar— los periodistas al salvaguardar tres pilares de la democracia como son el derecho de estar informado, la libertad de expresión y la rendición de cuentas, por más que esa misma digitalización hará que desaparezcan los periódicos de papel en unos años.

De todos modos, resistirse al cambio tecnológico sería tan fútil como intentar parar la noche. Y si no lo cree espere unos años —muy pocos— para que se esfumen del mercado los discos compactos.

Sin embargo, sí me preocupa el instantaneísmo al que obliga la globalización de las comunicaciones, la crisis económica internacional que hace más frágiles las finanzas de las redacciones y la carencia de principios y de método con la que trabajan los llamados blogueros y periodistas ciudadanos que aspiran a ser los informadores en la era digital.

El periodismo no es una ciencia exacta, por supuesto, pero sí es un oficio que se hace con procedimientos y bajo la guía de una serie de valores.
Unas cosas y otras se pueden aprender en el aula o en la calle, pues no son realmente complicadas, pero si no aparecen en una labor que pretende ser informativa, no estamos hablando de periodismo.

Entre las cuestiones de método está recurrir a más de una fuente cuando la verosimilitud de un dato puede ser cuestionada
. Y entre nuestros valores está dar un tratamiento informativo equilibrado a temas polémicos, informar siempre a nuestros interlocutores que están ante un reportero y respetar los términos de una conversación off the record.

No trabajamos así por ociosidad o exquisitez sino porque esos procedimientos y esos valores hacen que el periodismo sea periodismo y no propaganda o, cuando mucho, un conjunto de datos socialmente inútiles o hasta dañinos para la discusión de los temas de interés público.

Imagine usted que en las elecciones dejara de contar el voto secreto y alguien pasara a su casa a recoger su sufragio, después de revisar por qué partido lo emitió. ¿Sería democrático?

Traigo esto a cuento por el factor imitación que se está dando en este año de elecciones federales, respecto de los últimos comicios en Estados Unidos. Los partidos quieren hacer mayor uso de internet para difundir sus propuestas —algunas de ellas, simples ocurrencias—, en buena medida por las restricciones que impuso la más reciente reforma electoral.

He escuchado y leído a quienes idealizan la forma en que Barack Obama utilizó la red para recaudar cientos de millones de dólares en pequeñas contribuciones y enganchar a sus seguidores mediante videos musicales en YouTube.

No dedicaré estas líneas a evaluar el uso de internet como medio de propaganda electoral, pero sí a apuntar algunos de los fenómenos negativos que experimentó el periodismo —y, por tanto, la democracia— de Estados Unidos durante el pasado proceso electoral, cuando miles de informadores improvisados (lo digo sin mala intención) irrumpieron en el proceso y lograron incidir en él.

Caso paradigmático es el de Mayhill Fowler, bloguera de The Huffington Post, un medio digital que brincó a la relevancia mundial en la pasada campaña electoral estadunidense.

Fowler desató un escándalo cuando preguntó al ex presidente Bill Clinton sobre un reportaje de portada que una revista dedicó a él y a su esposa Hillary. La bloguera, que no periodista, nunca se identificó cuando interrogó a Clinton durante un mitin de su cónyuge.

“¿Qué opina del ataque vil (hatchet job) contra usted en Vanity Fair?”, cuestionó Fowler, de modo evidentemente retórico.

“Es una persona despreciable (scumbag)”, replicó Clinton, refiriéndose al autor del texto, el reportero Todd Purdum.

Sobra decirlo, pasó poco tiempo antes de que sus palabras se volvieran famosas en la pantalla de The Huffington Post. Pero si podemos recordarlas ahora, y si pasarán a la historia, es porque los medios impresos las recogieron. Dentro de algunos años, ahí continuarán, en las hemerotecas y quizás en las bibliotecas, porque una característica de los medios digitales es que sus archivos —por ahora, al menos— no tienen la duración ni la relevancia de los archivos de papel.

Insisto, no se trata de discriminar. Cualquiera puede ser periodista, independientemente de las características del medio donde haga su labor informativa, siempre y cuando cumpla con las condiciones que hacen que el periodismo sea periodismo.

Lo importante para el periodismo no es el papel en el que se imprimen hoy los periódicos —un simple medio que será sustituido tarde o temprano—sino el papel que juega este oficio en la preservación de la democracia. Y esa sí que no puede ser acusada de anticuada, pues hasta ahora no se le conoce alternativa mejor.

Así pasa en Islandia

En plena catástrofe económica, los parlamentarios islandeses acaban de elegir como nueva primera ministra del país a Jóhanna Sigurðardóttir, luego de la renuncia de Geir Haarde. Será la primera vez que una lesbiana, que se reconoce así públicamente, ocupe la titularidad de un gobierno. Así son las cosas en las naciones democráticas y tolerantes —donde lo que importa es la capacidad de la persona, y no su género o preferencia sexual—, a diferencia de otras, donde la autoridad avala que las fuerzas de presión oscurantistas, a las que nadie eligió, impongan su visión discriminadora.

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