martes, 17 de febrero de 2009

COMANDA IL MONUMENTO

Tristezas del Teatro Colón
Fabio Grementieri
Para LA NACION


Con la frase " Comanda il monumento! ", digna de la ópera italiana, los expertos del Istituto per il Restauro de Roma señalaron el rumbo para restaurar y poner en valor el Teatro Colón en su primera misión de cooperación, en 1997. Esta exclamación significa que las claves y directivas para poner mano sobre un edificio de gran valor las da el propio monumento histórico. Y que es prioritario el respeto de su integridad física al encarar cualquier proyecto de intervención conservativa, funcional o de mantenimiento. Lamentablemente, esta máxima nunca se puso en práctica y se hizo, más bien, todo lo contrario. Así están las cosas con el Colón ahora: peor que nunca.


El Master Plan de la era Ibarra-Telerman, financiado en parte por el BID
, abordó proyectos y obras de manera agresiva e intrusiva, sin coordinación, con criterios apartados de las recomendaciones internacionales en conservación del patrimonio monumental y responsabilidades en manos de equipos locales e internacionales con escasa experiencia en la materia.

De alguna manera, se tomó el edificio como campo de experimentación y de batalla para ensayos, devaneos y caprichos de todo tipo. Todo esto sin un plan director funcional y de gestión coherente y sustentable. Las órdenes eran espasmódicas y contradictorias. Para peor, en materia edilicia, todo fue avalado por la Comisión Nacional de Monumentos, máxima autoridad argentina en la materia. Y en el ámbito de la ciudad, la Legislatura le encomendó a una de sus comisiones, sin poder vinculante, que hiciera el seguimiento de las obras, con lo que sólo pudieron "certificarse" los desatinos.

La cuestión era, y es, muy sencilla: " Commanda il monumento! ". Cualquier plan director debe reconocer que el histórico e invaluable edificio no admite sino la producción y representación de obras de gran calidad y jerarquía, como lo atestigua la historia y el prestigio del Teatro Colón. Y para ello es fundamental una rigurosa conservación de todos los valores tangibles e intangibles (edificio, talleres, colecciones, trabajadores) que hicieron de nuestro Primer Coliseo un patrimonio incomparable, envidiado por los más grandes (pero inauténticos y excesivamente modernizados) teatros líricos del mundo.

En estos casi diez años de errores se hizo algo así como despanzurrar la gallina de los huevos de oro. Es que el Colón es justamente eso: un edificio único en el mundo que, hasta ahora, se salvó de guerras e incendios; un cuerpo de artistas y técnicos de gran jerarquía, una institución con una historia y un prestigio excepcionales y una acústica inigualable. Un bocato di cardinale para la siempre proclamada promoción de una ciudad que se encuentra en el fin del mundo, que debe competir con el atractivo de otras capitales y que pretende conservar su cetro de cabecera cultural de América del Sur.

Si se hubiera respetado la máxima de los italianos, los trabajos que necesitaba el Colón se hubiesen hecho y terminado sin necesidad de clausurarlo, los técnicos, los burócratas y los políticos hubieran acertado en sus gestiones y los trabajadores no estarían deambulando por galpones, salas alternativas o calles de la ciudad. Es que, contrariamente a lo que muchos piensan, la institución no prima sobre el edificio. Ni los excepcionales recursos humanos son la única prioridad. El Colón es algo así como una Santísima Trinidad a la que se empezó por ultrajar por el componente más tangible y más indefenso: el edificio.


El actual gobierno de la ciudad recibió una pesada herencia, pero no supo, no quiso o no pudo enderezar el rumbo hasta hoy. Más bien lo ha empeorado.
Tanto en materia de obras, donde continúa atado al infeliz Master Plan, como de gestión, donde parece buscar un modelo que se acople a la órbita de la globalización eficientista e igualadora.

Y para muestra, dos botones: la reciente renuncia del ineficaz director con el que se perdió un valioso año, el del Centenario, y la licitación de obras como la restauración de las superficies decorativas del foyer y del Salón Dorado, absolutamente prescindibles cuando la prioridad es la reconstrucción y puesta en marcha de los talleres y depósitos desguazados o destruidos.

El guión y la partitura para reescribir y reestrenar la ópera El resurgimiento del Colón aún los conserva el noble edificio malherido. Y allí siguen, más allá del desbande, elencos artísticos y técnicos de primera. Solo hacen faltan régisseurs y directores idóneos y apasionados para reflotar y poner en marcha la nave insignia de la cultura argentina. ¿El director recién nombrado logrará restaurar el casco agredido, desatar los nudos operacionales y levantar las anclas de la decadencia?


El autor es arquitecto, especializado en la preservación del patrimonio urbano.

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