lunes, 2 de marzo de 2009

La comuna de San Petersburgo
• El comunismo se derrumbó y Rusia dio un vuelco a velocidad supersónica. Con el metro cuadrado por las nubes, todavía se mantienen en algunas ciudades las ‘kommunalka’, los apartamentos comunales de la época soviética. En San Petersburgo, más del diez por ciento de la población vive en estas casas.




02/03/09
Si el zar Pedro el Grande o el mismísimo Lenin levantasen la cabeza y dirigiesen su mirada hacia San Petersburgo (antes Leningrado y antes Petrogrado), no comprenderían nada de nada.

La ciudad heroica contra los nazis e hiriente durante las purgas estalinistas mantiene todavía algún vestigio de tiempos pasados, aderezado con detalles del vertiginoso desarrollo y la decadencia de lo que ya no será.

En San Petersburgo –la segunda ciudad de Rusia, la que vio nacer a Vladimir Putin–
todavía se mantienen algunas kommunalka, los apartamentos comunales que se inventaron los líderes comunistas. Una vida en común en la utopía revolucionaria donde la propiedad privada era abolida. Las autoridades dividieron las viviendas en unidades separadas que iban siendo ocupadas por varios hogares. Aquello acabó, o casi.

Durante dos años, la fotógrafa Françoise Huguier ha estado visitando a los inquilinos de una kommunalka del siglo XXI. Hace poco más de cuatro años, el 70 por ciento de los apartamentos de San Petersburgo –una urbe que se aproxima a los cinco millones de habitantes– eran comunales, y hoy en día más del diez por ciento de sus conciudadanos viven en este tipo de régimen vecinal a pesar de que el propio Putin dijo más de una vez que no quería más kommunalka en la ciudad que le vio nacer.

En la época soviética, las autoridades comunistas solían infiltrar en estos edificios comunales a uno de los suyos como vecino-agente-chivato, e incluso extendían el rumor para crear más terror. Tanto, que otros vecinos se convertían sin pudor también en chivatos. Hoy, la intimidad sigue sin existir. Los baños y cocinas son lugares comunes para todos los residentes, las paredes hablan y escuchan. Lo ves todo.

Las personas que viven en estos apartamentos no tienen secretos, ni físicos ni emocionales. Los niños maduran a velocidad de vértigo, se les trunca la infancia. Son más autoritarios desde pequeños, y ellas buscan la coquetería y hacerse mayores con más ansiedad.

Más de siete décadas tiene esta forma de vivir en la extinta Unión Soviética. El espíritu era compartir, la realidad era más terrenal, no había pisos para todos. El incremento del precio del metro cuadrado en ciudades como Moscú o San Petersburgo –donde supera los 8.000 euros– obliga a los kommunalki a resistir

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