jueves, 5 de marzo de 2009

PROFANACIÓN DE LAS MANOS DE PERÓN - UN RITUAL PARA ENCUBRIR A LUCIA FOLINO

LOS MISTERIOS DEL GENERAL: UNO DE LOS GRANDES ENIGMAS DE LOS ULTIMOS VEINTE AÑOS

¿Licio Gelli, detrás del robo de las manos de Perón?









La tumba del ex Presidente fue profanada en 1987. Un nuevo libro sobre el caso culpa al jefe de la logia italiana Propaganda Due. Sostiene que fue un crimen ritual. Y que se hizo en complicidad con los represores de la dictadura. Mientras, aumentan las presiones para que se reactive la investigación judicial.





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El reciente traslado de los restos de Juan Domingo Perón hacia el mausoleo de San Vicente —con sus tiros, piedrazos, el rictus emocionado de viejos militantes— despertó de su agonía a uno de los mayores misterios de la historia argentina cercana: la profanación, hace ya 19 años, de la tumba del General.

La aparición de un libro que llegará a las librerías en los próximos días, promete la resolución a ese formidable enigma. Y el culpable tendría, por fin, nombre y apellido: Licio Gelli, el fascista italiano que lideraba la logia masónica Propaganda Due, de gran influencia en la política argentina de los años setenta (ver El temible paso de la P2).

La tumba de Perón, que tras el golpe del 76 fue llevada al cementerio de la Chacarita, fue profanada el 10 de junio de 1987. Desconocidos abrieron la bóveda, el ataúd y con una sierra eléctrica cortaron las manos del cadáver, que se llevaron junto a un anillo, la espada militar, una capa y una carta manuscrita con un poema que había dejado sobre el féretro la viuda Isabel. Ese poema fue fragmentado en tres y sus partes se enviaron a diputados peronistas, junto a un anónimo escrito a máquina donde los profanadores avisaban de su obra y pedían un rescate de 8 millones de dólares. El anónimo llevaba una firma: "Hermes Iai y los 13", decía.

En el libro "La segunda muerte", de editorial Planeta, los periodistas David Cox y Damián Nabot sostienen que la firma de ese anónimo encierra el misterio y se sumergen en un mundo subterráneo para rastrear su significado. Consultaron libros esotéricos, husmearon en la mitología del Antiguo Egipto hasta delinear las características del ritual que intentaron —o mejor, que lograron— los profanadores. En su búsqueda encontraron: que "Hermes" es el dios de los muertos en la mitología egipcia, que "Iai" significa la rebelión en el tránsito entre la vida y la muerte, y que "13" son las partes en las que se divide el cuerpo, según creencias ancestrales, al momento de ir hacia el otro lado.

Simbología, en fin, que intentaba dar un mensaje: "La mutilación del cuerpo de Perón fue un crimen ritual", sostiene el libro, y reflota un testimonio perdido en el voluminoso expediente judicial del caso, que había hecho meses después de la profanación Leandro Sánchez Reisse, uno de los pocos que en aquellos años se atrevió a culpar a Licio Gelli y a vincularlo a "esos rituales". Sánchez Reisse carecía de credibilidad por su pasado como represor y miembro de Inteligencia militar en la dictadura. Pero en Europa había compartido un calabozo con Gelli y lo conocía bien.

Según Cox y Nabot, la profanación cumplió con un rito destinado a privar a un cadáver de alguno de sus miembros, para que el alma del muerto no pudiera completar "su tránsito hacia el más allá" en paz. Ese rito, dicen, es acorde a las creencias de la logia P2. Para esto, accedieron al archivo personal de Gelli, quien en febrero del 2005 donó toda su biblioteca a su pueblo natal de Pistoia, en Toscana. Allí dieron con libros de Cagliostro, Franck Ripel y otros expertos en esoterismo y rituales ancestrales. Hallaron incluso una carta de Gelli a Ripel, el descubridor del significado de la palabra "Iai".

¿Qué razón tenía Gelli para querer alterar la paz del fundador del movimiento político más importante del siglo XX argentino? Todo indica que se sentía decepcionado o hasta estafado por Perón, a quien lo unía una vieja relación y el auxilio de la P2 al "Brujo" José López Rega, el influyente secretario y ministro del General. Hipólito Barreiro, ex miembro de la P2, sostiene frente a los autores del libro que Perón le había prometido a Gelli la exclusividad de las exportaciones argentinas a Europa mientras durara su tercera Presidencia. Un pacto que por supuesto nunca se cumplió.

Pero no sólo eso. Los deseos de Gelli parecen haber confluído con el de los represores de la dictadura, que en aquellos años del gobierno de Alfonsín se ocupaban de generar un clima de inestabilidad para evitar el avance de los juicios por violaciones a derechos humanos. La relación de Gelli con Emilio Massera y con el jefe de Inteligencia militar en la dictadura, el general Guillermo Suárez Mason, son historia conocida pero hasta hoy nunca vinculada a la profanación. "Gelli compartía los objetivos que movían a sus socios militares para desestabilizar la joven democracia argentina", sostiene el libro.

La causa judicial donde se investiga la profanación contiene a Gelli como una de sus múltiples hipótesis, pero nunca logró avanzar demasiado. Hay, en ese sentido, una resistencia de origen: la viuda de Perón nunca creyó en esa pista, acaso porque su relación con Gelli era más intensa de la que tenía el propio Perón. "Yo no lo creo", dijo a Clarín el abogado de Isabel, Humberto Linares Fontaine, quien se muestra más inclinado a la tesis principal del expediente, la que apunta contra sectores militares. Sólo que la pista militar se toca y se cruza con la esotérica. Una parte, con la mano de obra. La otra, con el planeamiento.

Uno de los secretos mejor guardados del expediente, es que los profanadores tenían influencia o contactos importantísimos en el poder. Esto se comprueba con un solo dato: si bien los profanadores rompieron el techo de la bóveda de la familia Perón y rompieron el vidrio que protegía al cadáver, lo hicieron sólo para disimular. Las pericias demostraron que la tumba había sido abierta con sus correspondientes llaves. Eran diez en total, una para la cerradura de la bóveda y otras nueve para la puerta de vidrio de 170 kilos que protegía el frente del ataúd.

Hasta el reciente traslado del cadáver a la quinta de San Vicente —el 17 de octubre pasado—, el juego de llaves original se guardó en la Escribanía general de la Nación. Allí estuvo desde 1976, cuando la dictadura trasladó los restos de Perón desde la Quinta de Olivos hasta la Chacarita, en un gesto de desprecio definitivamente simbólico.

¿Quiénes pudieron acceder a las copias o quiénes hicieron las copias? Las conjeturas apuntaron siempre hacia organismos oficiales. "Las sospechas quedaron siempre. Pero a esta altura sólo se puede terminar de resolver el caso con un arrepentido y para eso el Gobierno debería ofrecer una recompensa", dice y pide el abogado de Isabel Perón. En similar sintonía se expidió hace dos semana la Legislatura de la provincia de Buenos Aires. A raíz del traslado de los restos de Perón a San Vicente, el diputado duhaldista Osvaldo Mércuri presentó un proyecto, que fue aprobado por todos los partidos, para que el Gobierno reactive la investigación judicial, hoy sin demasiado rumbo en el juzgado porteño de Jorge Baños. "Sólo el PJ bonaerense se acuerda del robo. Pero hay que aprovechar la conmoción de San Vicente para que de una buena vez se haga algo", dice Mércuri, como si las estrellas marcaran, por algún arte oculto, que el enigma ha cumplido, por fin, su ciclo oscuro.

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