viernes, 24 de abril de 2009

Juan Cruz.

24 abril, 2009 - 09:03 - Juan Cruz

Porvenir de las estanterías



Hubo algo que me ocurrió ayer por la mañana que me reafirma en la casualidad de la vida, este hilo que nos junta con lo que ocurre y que al mismo tiempo nos puede desprender de lo que pasa, en un instante, en ese instante que Kipling dice que media entre la victoria y el fracaso, por usar esas dos palabras impostoras. Íbamos hacia Alcalá de Henares, a la entrega del premio Cervantes a Juan Marsé, y me puse a leer en el asiento trasero del coche; a leer y a escuchar la conversación de mis compañeros de viaje. En un momento determinado de la lectura entró en mi cabeza un resplandor lateral, muy definido, claro, restallante, y por un momento perdí la noción de lo que sucedía, como si fuera un dolor redondo, tangible, situado en todo el cerebro, maligno pero perfecto. Cuando llegamos a Alcalá, el compañero que iba conduciendo decidió aparcar, y nos dejó en una esplanada soleada y grande; busqué asiento, traté de que nadie alrededor conociera el alcance de mi incertidumbre; el dolor seguía, pero el resplandor lateral fue cediendo, pero me sentía incapaz de abandonar el asiento improvisado, así que agradecí que el compañero tardara entre su entraba al aparcamiento y su reaparición como peatón. En el transcurso de la dolencia recordé mucho al doctor Lozano, mi amigo, que me habló de este dolor cuando ocurrió en otras ocasiones, y ahora no recuerdo cómo definió, médicamente, la naturaleza del resplandor. En fin. Aquello fue cediendo, pero el dolor duró todo el día; me acompañó en la entrega del Cervantes, pero seguí simulando; me alivió escuchar a Marsé, en un discurso en el que Juan combinó la crítica cultural con el comentario sociológico y la expresión familiar de sus pasiones, que en muchos casos son sus amistades. Luego estuvimos en el patio del paraninfo alcalaíno, hasta que nos fuimos y escuchamos a la tuna repetir su escenografía de cada año; vimos a los nietos de Juan, a sus hijos, a sus amigos (Joan de Sagarra, Pilar Aymerich, Lluis Izquierdo, Yvonne Barral), vimos a Joaquina, a Manuel de Lope..., a muchas figuras que son imprescindibles para entender que Juan es una inmensa geografía humana, siendo tan huraño y tan solitario, la cantidad de gente que concita a su alrededor y que le quiere...

Volvimos a Madrid, y el dolor siguió martirizando mi cabeza cansada, escribí sobre Marsé, corregí una entrevista que le hice a Ramón Jáuregui, y luego fui, con Manuel Vicent, con Ángel Sánchez Harguindey y con Julio Llamazares al espacio de la librería de Ivory Press, en la calle Comandante Zorita, a hablar de libros, ante la presencia de Elena Foster y de un gentío.

Me extrañó ver tanta gente en una librería nueva escuchando hablar. Estuvieron muy brillantes mis compañeros, hablando del pánico que hay ahora en las estanterías: ¿tendremos libros digitales, tan solo, se morirá el libro? ¿Cómo será le lectura en el futuro? Yo les hice preguntas, y haciendo preguntas se me fue aliviando el dolor, hasta que nos invitó Elena a un vaso de vino y a unas lonchas de jamón, y entonces creo que se alivió ya casi del todo el dolor restante hasta el punto que pensé que todo es casualidad, la vida, el dolor, la felicidad, la incertidumbre y el amor. O la duda.

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