Que desolado y largo es el camino que debemos recorrer para aceptar que la muerte avasalla, arrebata amigos, compañeros. Hombres y mujeres que sin estruendo, armados tan sólo con su dignidad y su conciencia utilizan el don maravilloso de la palabra para hacer del torturado mundo un sitio menos hinóspito.
No creo equivocarme si afirmo que Tomás Eloy Martínez fue uno de los periodistas más reconocidos, respetados y perseguidos de mi Argentina tan torturada.
En Santa Evita y en La Novela de Perón el lenguaje preciso del periodista y la maestría fabulosa del narrador se unieron para dejar un testimonio indeleble de la historia social, política y humana del país a lo largo de casi cuarenta años que se coronaron de miseria con la dictadura más ignorante y macabra, nacida con la misión borrar por desaparición, tortura o vuelo en caída libre todo el pensamiento libertario, toda la frescura de ideas y proyectos de una juventud comprometida y luminosa.
Tomás Eloy Martínez vivió esa parte de la historia en primera persona y supo y quiso contarlo con su gran talento y humanidad.
Hoy sólo queda unirse en el abrazo y agradecer el haber recorrido una parte del camino en tan buena compañía.
Dice Tomás Eloy: "El cadáver de Evita es el primer desaparecido de la historia argentina. Durante 15 años nadie supo en dónde estaba. El drama fue tan grande que su madre (Juana Ibarguren) clamaba de despacho en despacho pidiendo que se lo devolvieran. Y murió en 1970 sin poder averiguar nada. No sabía -nadie o casi nadie lo sabía- si la habían incinerado, si lo habían fondeado en el fondo del Río de la Plata. Si la habían enterrado en Europa... A diferencia de los cadáveres desaparecidos durante la última dictadura, que ruegan por ser enterrados, el cadáver de Evita plde ser ofrecido a la veneración. De algún modo, en "Santa Evita" hay una especie de conversión del cuerpo muerto en un cuerpo político~.
Eva Duarte, la actriz: "La necrofilia argentina es tan vieja como el ser nacional. Comienza ya cuando Ulrico Schmidl, el primero de los cronistas de Indias que llegan hasta el Río de La Plata, narra cómo Don Pedro de Mendoza pretendía curarse de la sífilis que padecía aplicándose en sus llagas la sangre de los hombres que él mismo había ordenado ahorcar. Todos recuerdan la odisea del cadáver de Juan Lavalle, que se iba pudriendo a medida que los soldados trataban de preservarlo de los enemigos llevándolo por la Quebrada de Humahuaca. En 1841, un cierto capitán García cuenta el martirio de Marco Manuel de Avellaneda, el padre de Nicolás Avellaneda, un personaje importante de la Liga Federal, antirrosista y gobernador de Tucumán, asesinado por las fuerzas de Oribe. El relato de la muerte de Avellaneda es de un notable regocijo necrofílico. Cuenta que esa muerte tarda, que los ojos se le revuelven, que cortada la cabeza ésta se agita durante varios minutos en el suelo, que el cuerpo se desgarra con sus uñas ya decapitado. Una matrona llamada Fortunata García de García recuperó esa cabeza y la lavó con perfume y supuestamente la depositó en un nicho del convento de San Francisco. Yo investigué profundamente el tema y descubrí después que en realidad a la muerte de Fortunata García de García, encontraron en su cama, perfumada y acicalada la cabeza del mártir Marco Manuel de Avellaneda, con la cual había dormido a lo largo de treinta años".
Apunta el autor: "el proceso de necrofilia se extiende a lo largo del siglo XIX y también se da en el siglo XX de infinitas maneras. Por un lado en el culto a Rosas y en la repatriación de sus restos y, por otro lado, en la Recoleta. Ese cementerio es una exposición de ese tipo de situaciones. Resulta notable esa especie de reivindicación de la necrofilia en los últimos años. Así, fue profanada la tumba de Fray Mamerto Esquiú, se robaron el cuerpo del padre de Martinez de Hoz (todo entre 1978 y 1988). Poco más tarde, en 1991, cuando se volvia riesgosa la elección de Palito Ortega, el presidente Menem se presentó en Tucumán con los restos de Juan Bautista Alberdi, y los ofrendó a la provincia. De ese modo garantizó la elección de Palito. Y Juan Bautista Alberdi es un muerto."
"Saber algo es, a veces, intolerable. Me dije: sé dónde está la Eva. Puedo ofrecer el cadáver de Milán a cambio de la vida del general Aramburu. El mismo día que lo secuestraron hablé por teléfono con el superior de la orden de San Pablo. Le pedi que se pusiera en contacto con los montoneros y les sugiriera el trueque. Se negó. Le había prometido a Pío Xll guardar silencio eterno." (...)
Evita
Sigue el escritor: "Yo lo conocí personalmente a Perón, él me contó sus memorias. Lo que me desencantó sobre todo fue la conciencla de la manipulación del interlocutor. Perón decía lo que el interlocutor quería escuchar. Sin embargo, había una laguna en aquellos diálogos: Evita. Perón no me hablaba de Evita.
Mejor dicho, López Rega, que siempre estaba presente durante las entrevistas, no se lo permitía. Cuando yo invocaba el nombre de Evita, López comenzaba a hablar de Isabel. Al fin yo le propuse a Perón que nos encontráramos una mañana a solas. Perón asintió.
Me recibió a las ocho en Puerta de Hierro. Empezábamos a hablar y de pronto irrumpió López Rega. Y volvió a desviar la conversación. Fue muy grosero. Dijo dirigiéndose a Perón: 'Aqui viene mucha gente, General, y todos quieren sacarle a usted cosas, y a lo mejor después van y lo venden en Buenos Aires, y vaya a saber lo que hacen con todo eso.' Entonces, yo me puse muy mal y le dije a Perón: 'Mire, General, usted me prometió que acá ibamos a hablar a solas. Y eso significa que yo no debo padecer la humillación de su servidumbre'.
Perón estuvo de acuerdo. Miró a su secretario y le dijo: 'López, el señor tiene razón, la señora Isabel me ha dicho que hay unas lechugas buenísimas en el mercado, ¿por qué no va y la acompaña a elegir unas lechugas?' Y allí me empezó a hablar de Evita. Me la describió como a una fanática, y me dijo que sin duda Eva hubiera armado y largado a la calle a los obreros el 16 de setiembre de 1955, porque no toleraba nada que no fuera peronista."
"Sólo yo, entonces, podía revelar el secreto. Si algo me pasaba, esa persona la Eva, se iba a perder para siempre. Tomé mi decisión. Llamé a Lanusse, el comandante en jefe del Ejército: con él me desahogué. -Así fue como viniste a Madrid -insistió Rojas Silveyra. -Antes pasaron algunas tormentas. Un presidente reemplazó a otro y por fln Lanusse los reemplazó a los dos. Diez meses, después un año, Lanusse me convocó y me dijo: 'Corominas, hay que devolverle a Perón todas las banderas'. La más valiosa era el cadáver. Y la más frágil. Podía estar destruido, podía no estar. Hacía más de diez años que nadie abría esa tumba. Le ordené a Maggi que viajara a Milán y le pidiera ayuda al superior de San Pablo... -Fue un salto al vacío, dijo Rojas Silveyra. Nadie sabía cómo iba a reaccionar el viudo. Estaba enamorado de otra mujer y Evita ya era sólo su pasado. -¿Su pasado? -dije incómodo. Evita nunca fue el pasado de nadie. Nos guste o no, sigue siendo el presente". La conclusión: "parece que en la Argentina -dice Tomás Eloy- hubiera como una especie de instinto fatal de destrucción, de devoración de las propias entrañas. Una veneración de la muerte. La muerte no signiflca el pasado. Es el pasado congelado, no significa una resurrección de la memoria, representa sólo la veneración del cuerpo del muerto. La veneración de ese residuo es una especie de ancla. Y por eso los argentinos somos incapaces de construirnos un futuro, puesto que estamos anclados en un cuerpo. La memoria es leve, no pesa. Pero el cuerpo sí.
La Argentina es un cuerpo de mujer que está embalsamado".
Perdón por la extensión, pero hoy el homenaje y la memoria eran obligados, a pesar de los regueros de miseria y resentimiento que algunos se empeñan en dejar en un sitio que no les corresponde.
martes, 2 de febrero de 2010
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