FRAGMENTO LITERARIO: Escrituras EL ÚLTIMO DOMINGO
Nos perdimos la revolución
ENRIQUE VILA-MATAS 29/05/2011
En todos los casos (piénsese en las acampadas de la Spanishrevolution, por ejemplo, con su necesidad de vivir tan cerca del suelo), se supone que el contacto de la tierra favorece unas posibilidades latentes, sea en el cosmos, en el hombre o en su espíritu: el deseo de curación, de metamorfosis o de lluvia responde al anhelo general de inversión (trastornar un orden dado y sustituirlo por su opuesto). Revolcarse es, pues, uno de los actos sacrificiales que se considera que pueden provocar o facilitar la inversión, el cambio de circunstancias y de corriente vital.
En mi artículo Empobrecimiento del martes pasado, intenté darme un revolcón en medio del mismísimo fango de la Spanishrevolution, tan justamente crítica con el mundo de los políticos españoles. Precisamente porque las acampadas árabes de nuestras plazas son eminentemente críticas, pensé que ser crítico con nuestros revolucionarios (en aspectos como la tendencia, cada día mayor, a hablar como en los tuits) les podía sentar bien a todos, pues a fin de cuentas no hay mejores críticos que aquellos que entienden que es positivo que también se les critique a ellos. Pero no fue así. Empobrecimiento recibió adhesiones interesantes de gente que aprecio mucho, pero leí también tuits de desconocidos -algunos muy amables e inteligentes, y otros no tanto- que estaban en contra, enfadados. Lo curioso es que muchos no habían leído el artículo entero y tan sólo conocían la frase que EL PAÍS destacó del resto del artículo y en la que se hablaba de ciertos atentados de los tuits a la complejidad que siempre fue proverbial para leer el mundo. Las palabras tuits y atentado debieron de prender como una llama y el hecho es que de pronto no sé cuántos indignados comenzaron a protestar y al mismo tiempo a delatar, con sus palabras centradas exclusivamente en 17 palabras de mi artículo, que habían leído sólo la frase que el periódico, al separarla del contexto, había convertido en una especie de tuit mío. O sea que es verdad, me dije, que hay gente que sólo es ya capaz de percibir y de leer tuits.
Cuando opino de literatura, no muere nadie. Pero en cuanto hablo de un asunto más pantanoso y emito alguna opinión (ya se sabe que no son las cosas las que atormentan a los hombres, sino la opinión que se tiene de ellas), se arma una buena jarana. Creo que, en todo caso, el otro día me equivoqué al generalizar porque, claro, hay tuiteadores muy interesantes también y un entramado de tuits puede alcanzar, después de todo, una apasionante complejidad. Pero el nivel de los acampados españoles parece el mismo que el de aquella articulista que habló hace una semana del movimiento de los indignados en términos de una cursilería sonrojante y no obtuvo más que aplausos masivos. ¡Cómo eché en falta a un Josep Pla ironizando acerca de esto y aquello: "La revolución sólo es un cambio de personal"!
Así están las cosas. Todo el mundo cree saberlo todo sobre fútbol o sobre tuits, pues lo consideran algo suyo e intocable. Si hablas de Henry James, todo es, en cambio, un remanso de paz. ¿No debería, al menos de vez en cuando, ser al revés? No sé, pero creo que si no se empieza por tener sentido crítico propio, mal irán las acampadas de nuestro doméstico ensayo español de revolución.
Cité en Empobrecimiento a Tony Judt y su impresionante libro El refugio de la memoria, y creo que es imprescindible que algunos acampados se tomen la molestia de acercarse a él, aunque sólo sea para conocer el origen de la palabra revolución, término para nosotros adscrito en realidad a la que consideramos la Revolución con mayúsculas, algo que (por lo de 1789, supongo) entendemos que sólo puede ser francés. Quizás por eso el famoso Mayo de nuestros vecinos nos pareció a todos "una revolución de verdad", una señora revolución, aunque Judt no llegó a verla ni siquiera como un revolcamiento, la vio, como máximo, como un revolcón de tercera categoría, sin fango siquiera: "Incluso entonces me resultaba difícil creer que debajo de los adoquines estuviera la playa y aún más que una comunidad de estudiantes descaradamente obsesionados con sus planes de viaje para el verano pretendiera seriamente derrocar al presidente De Gaulle y su V República".
Sea como fuere, dice Judt, al final no ocurrió nada y todos se volvieron a casa. Encima, la gente de su generación no cayó en la cuenta de que aquel mismo año del 68 hubo revoluciones más serias en Polonia y Checoslovaquia, aunque sólo fuera porque en esos países los jóvenes en lucha corrían peligro de expulsión, exilio y cárcel por sus ideas e ideales. Fueron los estudiantes rebeldes de Europa central quienes en aquel verano del 68 acabaron por minar, desacreditar y derrocar no sólo un par de deteriorados regímenes comunistas, sino también la idea misma del comunismo: "Protestamos contra las cosas que no nos gustaban, y estuvo bien que lo hiciéramos. Al menos desde nuestro punto de vista fuimos una generación revolucionaria. La lástima es que nos perdimos la revolución".
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