EL CONFESIONARIO
Fernando Peña
Silvina Lamazares
slamazares@clarin.com
De fondo, suena la voz de Frank Sinatra. De frente, la del dueño de casa, que con una anécdota, nomás, pincela su mejor autorretrato: "En el colegio contaba que el autor de Platero y yo era muy, muy, muy, pero muy amigo de mi abuela. Y los maestros me decían deje de hablar pavadas, Peña. Yo siempre fui condenado y descreído por decir la verdad. Y digo tanto la verdad, tan de frente y sin filtro, que la gente piensa que miento". Se le cree, claro, pero Fernando Peña está tan acostumbrado a que se lo ponga en duda, que manda a buscar por cielo y tierra una carta que Juan Ramón Jiménez le escribió a la abuela Gloria.
Al cabo de una hora, la buena de María —la mujer que vive en su casa— la encuentra en medio de las cajas que dejó la mudanza. Hace un mes se instaló en una luminosa casa de San Isidro, cerca del río y lejos del minimalismo, que él define como "barroca". "Mirá, cuando hice el programa de Canal 7 (Isla flotante) yo sabía que me iban a decir que era lento. No supieron esperarlo. Mis cosas, todas, son como mi casa: vos no podés entrar acá y hacer así y creer que la viste. Después de varias horas te das cuenta de lo que hay".
Y la razón que tiene. Hay una vitrina con copas de todos los colores, un mueble con miniaturas, unos juguetes antiquísimos, una muñeca de la inolvidable Familia Telerín, lámparas por todas partes, cactus por todas partes, un estante con adornos de vidrio, una silla con forma de mano y una mano, generosa, la suya, que ofrece el bar como su mejor tesoro. De ahí sale el vino blanco que acompaña su decir, la cerveza que cerrará su decir y la Hesperidina con la que carga la petaca que baña su voz en las mañanas.
"A veces, cuando suena el despertador a las seis menos cuarto para ir a la radio, me miro al espejo y me digo No podés estar cansado, es lo que siempre soñaste. O me digo: Saliste elegido hombre de radio (en los Premios Clarín Espectáculos 2006) cuando tenías todas en contra: sos puto, loco, adicto, borracho, inestable afectivamente... Agradecé, vestite y andá. Y de golpe recupero el deseo primario", se sincera el conductor de El parquímetro (a las 7, La Metro) y El otro (el ciclo de entrevistas que hará por Canal á), el creador de La oscuridad es música (su próximo unipersonal) y el autor de Gracias por volar conmigo, el libro autobiográfico, escrito como el comisario de a bordo que fue, con las metáforas del caso (el prólogo será "pre-embarque" y el final, "aterrizaje forzoso").
Nacido en Uruguay hace 44 años y criado en la Argentina desde los 9, reconoce que "gracias a Dios ya me siento viejo. No soy más ese chico que en el 99 dijo en un programa de tele que era puto... Y durante tres años fui considerado únicamente como el transgresor, el polémico. Ya puedo descansar, siento que soy un señor actor: demostré que tengo un contenido, que no me quedé en un Guido Süller o en un Jacobo Winograd. No especulo ni busco provocar... Yo no creo en el pecado, no está en mí. Soy mucho más ingenuo de lo que la mayoría cree".
Hijo del periodista Pepe Peña y nieto de la bella mujer cuyo retrato domina la casa, cuenta que de pequeño "jugaba a esto que soy ahora: agarraba la guía del teléfono, llamaba al azar, hacía diferentes voces y establecía relaciones con la gente. Llegué a pasarme seis horas haciendo eso".
Caro el juego, porque era la época del teléfono medido...
Sí, pero siempre viví en una casa en la que hubo mucha plata y vengo de padres no amarretes.
¿Eras un nene líder?
No sé si líder, pero sí el más requerido, porque era muy histriónico. Si los chicos no querían que tomaran una prueba, me decían "Pepi, hacé algo".
¿Y Pepi qué hacía?
Me tiraba al piso y actuaba un ataque de epilepsia: hacía un batido de yogurt con soda, me lo ponía en la boca y, entre que llamaban a la ambulancia y el susto, se perdía media hora.
Eran tiempos, aquellos, en los que se quedaba mirando al cielo, sin sospechar que poco después lo atravesaría: "Volar conmigo no es fácil. Remonto a una altura crucero bastante apunante. Soy muy cóndor para eso. Le escapo al vuelo bajo".
¿Hablás del avión o de tu vida?
De las dos cosas. No le temo a la altura máxima.
¿Y a la profundidad más honda?
Menos. Yo le temo a lo parejo. Lo estable me aterra.
Una vez que puso los pies en la tierra —aunque los levante cada tanto—, se desdobló en los muchos personajes que le permitieron montar 11 unipersonales en 8 años. "A mí siempre me divirtió no ser yo", dice el hombre que detesta "los besos con ruido... odio el muá. De chico me daban un beso y me limpiaba con la manga". De grande, abraza sincero.
miércoles, 17 de junio de 2009
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