miércoles, 1 de julio de 2009

Joaquín Morales Solá.

La muerte se coló en medio de las elecciones
Por Joaquín Morales Solá

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Domingo 28 de junio de 2009 | Publicado en edición impresa


Cuando haya escampado el vendaval de las elecciones, la Argentina chocará de frente con su realidad sin retoques, con sus cosas tal como son: el drama de la gripe porcina (que se está llevando vidas jóvenes y sanas), la parálisis y el aislamiento de su economía, la escasez de trabajo, el asombro constante de la inflación y la irrelevancia de su papel en el mundo. Ninguna de esas cuestiones dejó de estar en los últimos tiempos, pero todas estuvieron anestesiadas por el fárrago de una campaña larga y vanamente ruidosa.
En los próximos días se podría conocer oficialmente que el número de muertos por la gripe porcina es, en rigor, el doble del que se sabe. Unas veinte muertes están siendo investigadas, pero las autoridades sanitarias sospechan que son consecuencias de la misma epidemia. Una interpretación de los médicos indica que la demora en conocer el número cierto de muertos se debería a las elecciones. Es probable.
Un giro importante tomó la enfermedad en las últimas horas cuando se detectaron pacientes sanos que se morían irremediablemente con sus pulmones devastados por un misterioso fuego. La enfermedad está golpeando, sobre todo, a las personas muy jóvenes. La gripe porcina develó, también, a un país que carece de sistema sanitario y a un gobierno que no tiene estrategia ni plan ni logística para enfrentar el flagelo.

En una reunión de todos los ministros de Salud del país, en la semana que pasó, hubo un clima fácilmente perceptible de temor e impotencia. Hemos fracasado , estalló el ministro de Salud bonaerense, Claudio Zin. Esos funcionarios terminaron conformando un grupo de personas asustadas, que no sabían hacia dónde correr. Ningún imprescindible experto estuvo ahí. Los ministros quedaron cerca de sublevarse ante Graciela Ocaña; sólo le reclamaban que fijara una hoja de ruta para enfrentar la epidemia. Ocaña vacilaba, quizás temiendo los efectos electorales de cualquier decisión suya.

La ministra ofreció fondos nacionales para que las provincias pudieran tomar medidas, pero los ministros quieren el estado de emergencia sanitaria. Sucede que, sin esa declaratoria, los recursos de la ministra irán a parar a las cuentas que controlan los gobernadores y estos destinarán el dinero a su antojo. La declaración de emergencia, en cambio, les fijará un destino preciso a esos recursos. La emergencia podría ser dictada en los próximos días e incluiría la suspensión de clases y hasta el cierre de lugares de esparcimiento, como cines, teatros y discotecas, en las zonas más afectadas por la epidemia.

La gripe porcina empezó en la Argentina por los sectores medios y altos de la sociedad; la mejor alimentación de esos estratos sociales les garantiza, en principio, un mejor sistema de defensa. Otro drama podría aparecer cuando la epidemia se apodere de los sectores sociales más bajos, donde ya se detectaron muchos casos. A la revelación de que el país carece de un sistema sanitario podría agregársele entonces una constatación social: muchísimos argentinos viven precariamente, con muy poco, casi desnutridos. El sistema inmunológico de ellos es muy escaso.

Sin políticas y sin norte, el Gobierno decidió a la vez ofenderse con Ocaña; hace diez días que la ministra no es recibida en ningún despacho importante del poder. En medio de semejante crisis sanitaria, la administración tenía sólo dos caminos: o relevaba a la ministra, si no estaba de acuerdo con ella, o la respaldaba decididamente. No hizo ni lo uno ni lo otro. La ministra decidió finalmente renunciar mañana.

Los Kirchner siempre han sido renuentes a tocar la desgracia, pero Ocaña no está afectada de gripe porcina. La gripe porcina simplemente está en la Argentina, a pesar de las sobreactuaciones iniciales del gobierno que llegó a tensar en vano la relación con México. La política es paranoica. Ahora denuncian que las noticias sobre la gripe porcina son una campaña contra la estabilidad de Ocaña, orquestada por los sectores oficialistas que la detestan. Pura imaginación. La epidemia ya contagió de desdicha a todo el Gobierno.

Según un informe del Consejo Federal de Salud, que agrupa a las provincias y a la Nación, la gripe común afectó en 2007 a un millón de argentinos. Cien mil fueron internados y 18.500 murieron. La cifra nunca se conoció oficialmente en aquel año también electoral. La gripe porcina, según la conclusión de los especialistas, obliga al triple de internaciones que la gripe común. ¿Tiene la Argentina hospitales y camas suficientes como para tolerar una eventual marea humana? No.

Una de las imperfecciones que aparecieron en estos días consiste en que el gobierno de la Capital no tiene facultades legales para usar en una emergencia las instalaciones de clínicas y sanatorios privados, como sí las tiene el resto de las provincias. Era conocido que la Capital no tenía policía, pero ahora sabemos también que carece de recursos esenciales para enfrentar una crisis sanitaria. Sólo Ocaña podría disponer de los establecimientos sanitarios privados de la Capital si la situación se agravara dramáticamente. ¿La ministra tiene poder real y palpable como para hacer eso? No.

Ocaña ha hecho de su pelea con Hugo Moyano, por la transparencia del manejo de las obras sociales, el centro exclusivo y excluyente de su gestión. No es poca cosa convertir en decente lo que no lo era. Kirchner, dependiente político de Moyano, la mandó a Ocaña en el acto al desierto y el disfavor. Esa lucha interna, que incluye al matrimonio presidencial (Cristina Kirchner suele apoyar a Ocaña), se pavonea en medio de la peste.

Sin embargo, Ocaña siempre se resistió a ser una ministra de Salud como Dios manda, es decir, a fijar políticas y estrategias sanitarias en un país cada vez más carente de los deberes esenciales del Estado. Kirchner pierde el tiempo lucubrando una economía nacional manejada por Julio De Vido y Guillermo Moreno, imaginando cómo les hurgará mejor el bolsillo a los empresarios o convencido de que los argentinos son felices volando en aviones del Estado. Lo cierto es que, al fin y al cabo, los argentinos se mueren por falta de hospitales, de médicos y de decisiones.

Algo raro sucede en un país que pasó de ser uno de los territorios del mundo menos afectados por la gripe porcina a estar en el tercer lugar entre las naciones más dañadas por la epidemia. Algún sistema de defensas falló. Alguna obligación política no fue cumplida. ¿Por qué, si no, la Argentina sufriría proporcionalmente más muertes que México, donde la epidemia apareció por primera vez? México tiene el atenuante de que no sabía que estaba en el medio de una nueva peste. De hecho, el país azteca logró controlar la epidemia cuando se puso a trabajar sobre ella. Chile tiene más infectados, pero muchos menos muertos que la Argentina.

Brasil, con una geografía más extensa que la Argentina y con un mapa poblacional más grande y complicado que el nuestro, tiene una cifra mínima de afectados por la gripe porcina. Eso llevó al gobierno de Lula a aconsejarles a los brasileños que no hagan turismo en la Argentina. Kirchner se estremeció de furia en Olivos. Pero, ¿qué le podía reprochar él a Lula, que sólo dio un consejo, cuando el propio Kirchner ordenó en su momento cancelar todos los vuelos a México?
La Argentina se topó con otra tragedia cuando el dengue había sido amortiguado sólo por la eficacia del frío. Este es el momento de fumigar contra el mosquito transmisor para prevenir su rebrote en tiempos de calor. El Ministerio de Salud envió insecticidas al Chaco, donde había tres camiones fumigadores. Pero la noticia que llegó desalentó el ánimo de los médicos: los camiones han sido desguazados y trabajan ahora en campos de algodón de políticos chaqueños.
Insensibilidades, confusiones e ineptitudes explican, en parte al menos, por qué es tan fácil morir en la Argentina.

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