sábado, 3 de enero de 2009

Del libro de Juan C. Gómez sobre Gombrowicz.


GOMBROWICZIDAS



WITOLD GOMBROWICZ Y MAURICIO KAGEL

"Por consiguiente, la música no es en modo alguno la copia de las Ideas, sino de la voluntad misma, cuya objetividad está constituida por las Ideas; por esto mismo, el efecto de la música es mucho más poderoso y penetrante que el del resto de las bellas artes, pues éstas solo nos reproducen sombras, mientras que ella, esencias"
Gombrowicz admiraba al autor de este pensamiento más que a ningún otro filósofo, lo había deslumbrado desde su más tierna juventud.
"La filosofía de Schopenhauer es más que una filosofía, es una intuición y una moral. Se indignaba porque en una isla del Pacífico las tortugas del mar salían cada año del agua para procrear en la playa donde los perros salvajes de la isla las daban vueltas y las devoraban (...)"

"He ahí la vida, esto es lo que cada primavera se repite en forma sistemática desde hace milenios. La filosofía de Schopenhauer no es popular, es tremendamente aristocrática, y de ella no se pueden sacar consecuencias políticas, como de la de Hegel o la de Sartre. Para mí es un misterio que libros tan interesantes como los de Schopenhauer y los míos no encuentren lectores"
Teníamos absolutamente prohibido tararear, canturrear o silbar mientras escuchábamos música. Él, en cambio, se permitía algunas cosas: hacía unas muecas espantosas con la boca, levantaba los codos con los brazos flexionados y las manos crispadas, siguiendo los compases de la música, aleteando como un pájaro enfermo que no puede levantar vuelo. A veces dejaba escapar unos chirridos desagradabilísimos entre los dientes. Había muchas protestas: –Vean, yo sigo la línea fundamental, como los grandes directores, los detalles no me preocupan.

"A veces venía a tomar el té con su amigo Gómez. Me acuerdo un día en el que quiso escuchar uno de los cuartetos de Beethoven en mi la casa. Escuchaba religiosamente la música con Gómez. En un momento dado, salí al jardín. Todavía era invierno y encontré una gran flor de magnolia que acababa de abrirse. Entré para decirle que viniera a ver lo bella que era. Witold me respondió sin moverse: –Le creo, Alicia. Y siguió escuchando la música"
Los cuartetos de Beethoven eran para Gombrowicz la cumbre prodigiosa de la música, y la música, el efecto más poderoso y penetrante con el que las bellas artes alcanzan el alma. A parte del placer que le producía, Gombrowicz encontraba en la música una estructura espiritual que se correspondía profundamente con el arte de la composición literaria, una estructura espiritual en la que se apoyaba para componer sus obras.

"¡Qué descaro de mi parte recurrir a unos temas tan fascinantes y melodiosos! Sobre todo hoy, cuando la música moderna le teme a la melodía, cuando el compositor, antes de utilizarla, tiene que despojarla de toda su atracción, volverla árida. Lo mismo ocurre con la literatura: un escritor moderno que se respete a sí mismo evita toda suerte de cebos, le gusta más ser difícil y prefiere repeler antes que tentar (...)"
"¿Y yo? Yo hago justamente lo contrario, meto en la obra todos los sabores más sabrosos, los encantos más encantadores, la relleno de bellezas y excitaciones, no quiero una escritura árida, sin hechizo... Busco las melodías más cautivadoras... para llegar, si lo consigo, a algo todavía más seductor todavía"
Durante muchos años Gombrowicz había perdido el contacto con la música, no tenía radio y no iba a los conciertos.

Con anterioridad a la compra del Ken Brown, un reproductor de discos, nuestras conversaciones con él poco tenían que ver con la música misma; algunas anécdotas tan sólo (el concierto para piano que dio en Salsipuedes, en el que aporreó las teclas a gran velocidad, a pesar de que no sabía distinguir una negra de una corchea; los auxilios financieros del inolvidable Karol Szymanowski, el príncipe de los homosexuales, según declaraba con entonación), y poca cosa más.
Pero Gombrowicz andaba a la búsqueda de algo más duradero, nuevos temas para su "Diario", ya que lo que había escrito sobre la música hasta ese entonces se refería más bien a sus manifestaciones sociales, a la mistificación y a la falsedad que rodean a las representaciones en los teatros de ópera y de conciertos, al valor derivado e inauténtico de los ejecutantes y directores, y no a la música misma.

La pieza de Venezuela era muy antigua y tenía suministro de corriente continua, así que cuando Gombrowicz enchufó el Ken Brown por primera vez, un aparato de corriente alternada, la pick-up le explotó en las manos. Llegó a adquirir una gran facilidad para referirse a los aspectos técnicos de la música, un conocimiento apócrifo que utilizaba para lucirse e incomodar a los demás.
Una polémica con Madame Orel terminó mal; discutían sobre si la cromática era la gama o la escala, la cosa es que la Madame se enojó y le dio una bofetada.
Más allá de las anécdotas, Gombrowicz tenía una actitud verdaderamente religiosa con la música, era enormemente sensible a este lenguaje espiritual al que consideraba la manifestación más esencial del arte.

Se abocó rápidamente a organizar una pelea radical entre Bach y Beethoven. Bach y su género abstracto, con una línea melódica que le recordaba el sonido de una máquina de coser, condujo el desarrollo de la música al fracaso. La admiración que despierta y el placer que produce son equivalentes a los que se obtienen de la resolución de un problema matemático. Bach instruye con sus Brandenburgueses a los asesinos del canto.
De Beethoven, en cambio, emana un placer inmenso, la sensualidad de la forma y la violencia ejercida contra ella lo ponen de inmediato en la esfera metafísica. Hay una facilidad en la aproximación a Beethoven que le llamaba la atención. En el arte nada es tan difícil como la facilidad, pues su desarrollo es contrario a la facilidad, el esfuerzo por mantenerla viva es contrario a la evolución natural del arte, y sólo es posible si detrás de la música se oculta un trabajo gigantesco de composición con la forma.

Beethoven parece fácil y, sin embargo, es el más difícil de todos: encontró un lenguaje musical ya hecho, lo unió a la naturaleza e inventó un idioma nuevo que durará por muchos siglos. Después de Beethoven la música comenzó a deslizarse hacia la abstracción, y los modernos descendientes de Bach, a juicio de Gombrowicz, se convirtieron en uno de los más claros ejemplos en la historia de la cultura de cómo el desarrollo de la forma inexorablemente deforma al hombre y se vuelve contra él.
"Ya es hora de responder a la pregunta: ¿por qué se quiere destruir a Beethoven, por qué se permite cualquier tontería siempre que sea antibeethoveniana, por qué se ha urdido una red de alabanzas ingenuas y acusaciones igualmente ingenuas con la intención de ahogarlo. ¿Tal vez porque Beethoven no gusta? (...)"

"Es justamente por lo contrario: porque es la única música que realmente le ha salido bien a la humanidad, la única encantadora"
En el templo sagrado que Gombrowicz levanta para la música Mauricio Kagel, uno de los contertulio del café Rex, oficiaba de nuestro sumo sacerdote. Pierre Boulez, que había llegado a la Argentina para presentar algunas de sus obras, quedó sorprendido por la originalidad de sus composiciones y le recomendó que complera su formación en Europa.
Kagel no lo piensa demasiado: gracias a la beca "Deustscher Akademischer Austauschdienst" que concedía el gobierno alemán se traslada a Colonia en 1957, en aquellos años foco de irradiación de la creación contemporánea en el continente, donde establece su residencia.

"(...) Más allá de la famosa frase de John Cage según la cual ‘el mejor músico europeo es argentino y se llama Mauricio Kagel’, no sería del todo cierto decir que la carrera de Kagel fue posible sólo a partir de su desembarco en Europa. Ya a principios de la década de 1950, cuando el compositor se encontraba todavía en el país, el escritor polaco radicado en la Argentina Witold Gombrowicz –cuyo destino sudamericano mantiene una velada relación simétrica con el destino europeo de Kagel– le había hecho notar a Cecilia Benedit de Debenedetti: ‘Kagel es el mejor músico argentino’ (...)"
La relación de admiración que Gombrowicz mantenía con Mauricio Kagel no se extendía a otros miembros de su familia, por lo menos así nos lo hace saber en una carta que nos escribe desde Berlín.

"(...) Cosa curiosa el hecho que yo no hablo alemán (aunque ya hablo mas o menos) parece excitar a todos para venir al café Zuntz. A veces me imagino la esquina de Venezuela y Perú, o Perú y Belgrano, allí donde está el vendedor de flores. Hoy al Zuntz vino Guida Kagel, hermana de Mauricio que es director de la orquesta en Colonia. Es tortillera notoria (...)"
En un pasaje memorable de los diarios Gombrowicz ilustra de una manera ejemplar el papel que juega la música en sus composiciones literarias. Había llegado a una reunión a las dos de la mañana, era la noche de fin de año.

Inesperadamente, la gente se dividió en parejas y empezó a bailar. Desde el lugar donde estaba Gombrowicz casi no se oía la música, el ritmo de la danza era más real que la melodía, parecía que el origen del baile no era la música, sino que el origen de la música era el baile.

Era un baile de barrigas, de calvas y de los rostros marchitos de gente mayor. Se trataba de la humanidad más corriente con su inevitable miseria que se pavoneaba de sí misma desvergonzadamente entre brincos sin música, como dispuesta a poseer por la fuerza a la belleza, la elegancia y la alegría, poniendo en el baile todos sus defectos y su vulgaridad, todas las penurias y la degradación acumuladas durante el transcurso de los años.
"Pero ese frenético y esperpéntico anhelo de encanto, al llegar a su paroxismo, de repente arrebataba un signo de vida a la melodía, a aquellas pocas notas felices que al unirse con el baile lo santificaban por un instante, tras lo cual se reanudaba la colaboración salvaje, oscura, sorda y sin Dios de unos cuerpos agitados y arrastrados por su propio ímpetu"

El baile, a pesar de su imperfección, creaba la música, y es en este pasaje de la imperfección de esos cuerpos agitados al encanto de la música donde Gombrowicz hace una pirueta profunda, a pesar de tener conciencia de que esa idea se le había ocurrido sin una elaboración previa adecuada. La idea de que el baile creaba a la música era lo que había en el fondo de los libros, de las luchas y del valor de los escritores. Hacia ese idea se precipitaba toda la humanidad, esa idea se había convertido en la inspiración y en la meta de nuestro tiempo.
"También yo me dirigía hacia esa idea siguiendo una espiral que estrechaba cada vez más sus círculos. Pero en este momento me quedé anonadado. ¡Porque me di cuenta de que había pensado esta idea sólo por su pathos!"











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