La existencia de Dios
"Yo no sé si existe Dios, tal vez sí, tal vez no; pero es seguro que almuerza en la mesa del patrón". Eso cantaba Atahualpa Yupanqui en los años sesenta del pasado siglo.
¿Existe Dios? ¿No existe? ¿Dónde almuerza?
Hace años que dejó de interesarme la discusión, que se convirtió en algún momento en una sorda lucha íntima, animada por las lecturas de Unamuno, de Kierkegaard, de Camus... Además, por la lejana lectura de un libro de juventud, El diario de Daniel, de Michel Quoist.
En una época de nuestras vidas, la adolescencia va unida a la búsqueda de una verdad extraña, separada de la realidad pero tangible, que personificamos en Dios, o en su búsqueda.
En mi caso, esa búsqueda se diluyó, y ahora es más una preocupación intermitente, pero dolorosa, sobre el sentido que tiene la vida en la tierra, de dónde viene el gen de la maldad, de la mezquindad o del miedo, qué hace el mal, qué lo constituye.
Pero Dios ha dejado de ser el protagonista de esas preocupaciones. En un tiempo hice información religiosa en El País, y tomé contacto con muchos sacerdotes, y he sido amigo incluso de obispos inolvidables, como Iniesta.
Y aprendí mucho de los que saben de Dios porque han estudiado a fondo esa figura diluida y decisiva en el mundo, y porque creen en su existencia. También he conocido ateos, como no, los conozco, convivo con muchos, son mis amigos.
Como es natural, respeto todas las creencias (las de que lo admiten o lo adoran, y las de aquellos que no creen en Dios). No se puede herir a quienes creen, jamás, no se puede herir. Pero se puede descreer, respetuosamente.
Estos días una guerra de autobuses (guaguas decimos en Canarias) desatada por una uniciativa que marcha en Londres opone en los anuncios de este medio de transporte a los que estiman que Dios existe y los que opinan que no existe Dios, y que por tanto muchos de los placeres de la vida que la religión cohibe deben estarnos permitidos. Hagamos de este escenario bloguero un autobús y que cada cual exponga su criterio. Respetuosamente, eso no hace falta ni decirlo.
Post data: Después de escribir el blog me asomé a la venta y encontré esta imagen que envié a la editora, en la que la Iglesia y la nieve se juntan. Luego vino la tormenta. A lo mejor la nieve, la Iglesias y la tormentan constituyen juntas una metáfora concentrada del tiempo que vivimos.
viernes, 9 de enero de 2009
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